Es posible que nos engañemos y que la permanencia sea simplemente una ilusión. Los demás, fuera de aquí, nos ven en Segunda División, hundid...

El futuro, como un juguete roto

Es posible que nos engañemos y que la permanencia sea simplemente una ilusión. Los demás, fuera de aquí, nos ven en Segunda División, hundidos en el fango de una lógica tragedia. Se apenan de que terminemo así, abocados incluso a una posible desaparición producto de una gestión nefasta y carente de sentido. Injustamente tratados por una realidad que nos devora, destrozados por los acontecimientos. La ilusión de la permanencia no nos permite ver más allá, precipitados a la pérdida de una historia de la que hemos estados orgullosos durante muchos años. Nuestro futuro es como un juguete roto, en manos de un niño cruel que lo despedaza para divertirse.
Creemos que nos podemos salvar ganando once partidos. Y que nuestra primera gran final se juega el domingo contra el Rayo. Que se agiganta como cualquier adversario, sabedor que somos un espectro sin posibilidades de redención. Quién nos iba a decir hace cinco años que estaríamos en una situación tan vergonzosa, tan precaria, desnudos a la intemperie. Señalados por actitudes sonrojantes, impropias de la categoría de casi ochenta años de historia.
El domingo nos jugamos seguir respirando entrecortadamente, sin apenas aire para estimular nuestros pulmones. Cansados de tanto sufrimiento, de tantas derrotas, de entregar impunemente la Romareda como trofeo para cualquiera. Y saliendo fuera de casa a mendigar un empate, conocedores de que un gol del contrario significa la derrota. Vencidos de antemano, sin proyecto, sin nada a lo que asirnos para evitar una caída tan brutal como humillante.
Espero que las autoridades se impliquen en una salvación tan agónica como necesaria. Sé que hay personas que desean apoyar las acciones populares y trabajar en evitar una desaparición tan grosera como injusta. Pero quizás sea tarde, como ocurre en el plano deportivo aunque Manolo Jiménez se empeñe en lo inevitable, quizás por desconocer las interioridades de un club destrozado por las ambiciones de algunos, por los deseos de riqueza que parecían abrirse con la gestión de un club de fútbol que además significa el sentimiento de miles de personas durante varias generaciones.
De momento estamos en las manos de los jugadores que ahora defienden el club. Y que tendrán que dejarse el alma el domingo en un estadio tan viejo como lleno de sensaciones, de éxitos, de jornadas formidables y difícilmente olvidables. Un reto que tendremos que asumir con la fuerza que siempre llevó al zaragocismo a levantarse en otras situaciones de parecidas características, pero nunca como estas. Es lo que nos toca vivir, en un mundo en crisis, en un país en recesión. Pero con la convicción de que no podemos dejar de ser ajenos a nuestro compromiso.

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