Estamos acostumbrados a pensar cuando se consigue una victoria que, a partir de ese momento, cambiarán las cosas. Esta temporada no ha ocurr...

Cuestión de fe

Estamos acostumbrados a pensar cuando se consigue una victoria que, a partir de ese momento, cambiarán las cosas. Esta temporada no ha ocurrido así y, por ejemplo, después de los triunfos ante el Rayo Vallecano, Huesca y Numancia, daba la impresión que la caída se detendría; aunque fuera exigiendo un fuerte golpe contra las piedras del abismo. Y ha sido al contrario porque la decepción y el fracaso han acompañado cada atisbo de éxito hasta terminar reconociendo el zaragocismo que el objetivo de esta temporada era evitar el descenso a Segunda B. Una vergüenza intolerable, un espantoso ridículo, insoportable para los 85 años de historia que recientemente ha cumplido el club. Pero vivimos en el presente y la situación actual nos ahoga, pensando incluso en que no habrá un mañana.

Elche ha podido ser el punto de inflexión necesario para que las torcidas líneas del destino puedan escribirse rectas por la constancia y el cambio. Creo que la decisión de cesar a Raúl Agné tenía que haberse tomado al mismo tiempo que la salida de Narciso Juliá. Ambos han limitado el presente de un club que jamás había sido tan pequeño y tan vulnerable. No acertaron los propietarios del club seguramente para evitar equivocarse todavía más, sin admitir que un club de fútbol nada tiene que ver con una empresa convencional. La ilusión, el sentimiento y la emoción están por encima del éxito económico aunque los accionistas de la compañía hayan arriesgado su dinero para conseguir un beneficio. Pero ambas cosas pueden coexistir si no se refugian en su cúpula inabordable donde los palmeros buscan su negocio mintiendo a sus amos y los empleados no tienen más remedio que aguantar carros y carretas para proteger su generosa retribución económica.
De ahí viene cerrar las puertas de los entrenamientos, intentar (sin éxito) hacer del club un medio de comunicación a través de su web y de alejar lo más posible a la prensa y a la afición de la entidad. Es cierto que hay buenos, regulares y malos periodistas; medios proclives y antagónicos, incluso independientes,  y un reducido número de seguidores cuya actitud es totalmente reprobable como en todas las aficiones del mundo. Pero aquí pagan justos por pescadores y se utiliza la máxima de "café para todos". Y eso termina pasando factura incluso en quienes han sido contemplativos y nada beligerantes.
En fin, que me alegro de que César Lainez haya dado un paso adelante advirtiendo que su paso es provisional ya que su cometido es la formación. Y que le falta el recorrido necesario como entrenador porque no ha tenido tiempo para ello. Pero es inteligente, constante y no tiene miedo a equivocarse porque los errores forman parte de nuestro aprendizaje. Por eso, como mínimo, hay que concederle el beneficio de la duda e incluso la confianza que merece por su trayectoria. Se trata, simplemente, de una cuestión de fe.

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No pudo ser un aniversario más cruel y despiadado. Se cumplían 85 años de la fundación de un club con raíces centenarias y con el deseo de s...

Hundidos en la tragedia

No pudo ser un aniversario más cruel y despiadado. Se cumplían 85 años de la fundación de un club con raíces centenarias y con el deseo de sumar tres puntos que nos acercaran a la salvación de un desastre que cada vez se hace más presente en la afición zaragocista. Fue un final indigno, impropio de un equipo que debería luchar por evitar su fractura en mil pedazos. Si fue inexplicable la actitud del meta del Sevilla Atlético regalándole el gol del empate al Real Zaragoza y provocando después de su expulsión, no hay quien pueda entender que se perdiera un partido de forma tan increíble y grosera. Cuando se tenía que remontar el resultado adverso ante un puñado de chavales, cuando las gradas estaban animando sin parar, cuando había un futbolista de campo defendiendo su portería con el rostro atemorizado, se encajó el tanto de la derrota.
Absurdo, vergonzoso, humillante e impropio en un escenario donde se han librado batallas épicas y donde el deshonor corroe ahora sus cimientos. En una Romareda mortalmente herida, que cierra sus ojos a lo que ve, su corazón a lo que siente, su inteligencia a la que se insulta desde hace años. La gente se marcha sin apenas protestar, huyendo de semejante sonrojo que destroza los sentimientos de los más veteranos y de los más jóvenes, maltratados desde fuera y desde dentro, incapaces de asimilar tanta desgracia inexplicable.
Jamás había transmitido a través de las ondas de la radio semejante mensaje de incompetencia, de falta de capacidad, de negligencia absoluta. En un clima de fracaso y hundimiento que parece imposible de detener. El equipo se precipita al descenso después de unos números miserables que hacen de esta etapa la peor en la historia del club. Y es doloroso narrar, expresar con palabras, lo que está ocurriendo. Este proceso de destrucción que dura ya varios años y que parece tener un final cercano. Descender significa desaparecer, poner fin a una corriente emocional de varias generaciones que ha unido a cientos de miles de personas estas última décadas. Matar una ilusión.
Es el momento en el que los propietarios deben reflexionar, tomar decisiones y asumir sus responsabilidades. Y no solamente con el cese del entrenador, sino con sus funciones dentro de la sociedad y las opciones de cambio que empresarialmente tiene el Real Zaragoza para evitar que deje de existir en tan solo unos meses.

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