Una de las posibilidades que más me apasionan de esta profesión es realizar programas en directo desde cualquier lugar del mundo que no sea ...

Una emotiva experiencia

Una de las posibilidades que más me apasionan de esta profesión es realizar programas en directo desde cualquier lugar del mundo que no sea el estudio. Cambiar de ambiente, proponer un sonido diferente, construir un escenario radiofónico que estimule a los oyentes, a los protagonistas y a nosotros mismos, rompiendo la rutina. Hace muchos años me empeñé en comenzar un programa desde una piscina, sumergido hasta el cuello y con un micrófono de jirafa. He presentado espacios radiofónicos desde decenas de ciudades españolas y desde países extranjeros que yo no existen; desde un avión, aeropuertos, centenares de estadios y pabellones, hoteles, desde la misma calle, al nivel del mar y a tres mil metros de altitud. Pero nunca había hecho uno desde la cárcel, rodeado de internos en el escenario de una capilla, utilizada como sala multiusos, y sobre la mesa donde se celebra la misa dominical.
Tenía mucho interés porque la audiencia era muy interesada, totalmente entregada y agradecida. Personas que disfrutaron de la llegada de la "gente de la radio", que montamos nuestro escenario de cables, micrófonos y altavoces para ellos. Y que les prestábamos atención, le dedicábamos una parte importante del programa. Aportamos, con mucho cariño además, nuestro pequeño granito de arena a romper con la monotonía, a decirles que nos acordamos de todos los oyentes, incluso los que están recluídos en una prisión como la de Daroca.
Recibí hace unas semanas una carta de Carlos, un interno de de ese centro penitenciario al que conocía por haber pertenecido a un medio de comunicación local. Hacía mucho tiempo que le había perdido la pista pero me acordaba de él. Me habló de la soledad, de la carga de sufrimiento que supone estar privado de libertad, de cómo apenas había podido ver crecer a sus hijos... y de cómo la radio suponía al mismo tiempo una válvula de escape y una forma de conectarse con la vida real. Que había mucha gente dentro que nos escuchaba, que sufría y que gozaba con nuestras transmisiones, que éramos unos compañeros más en la celda. Me pedía un saludo al comienzo del programa. ¿Cómo me podía negar?
Escribí una entrada al día siguiente y con todo mi cariño le dediqué los primeros segundos. Le escribí una carta y le mandé una camiseta firmada por los jugadores del Real Zaragoza. Y así, en un intercambio de cartas, llegó la posibilidad de realizar un programa en directo desde allí. Se puso en contacto conmigo Javier Mesa, coordinador de formación del centro penitenciario de Daroca y todo fueron facilidades. Vino a la radio, me mostró la "Oca loca", una revista en papel y a través de internet que puso en marcha hace algún tiempo y me contó la cantidad de cosas que hacen allí, incluídos cortos cinematográficos. Le comenté a Rosa Pellicero la posibilidad de hacer "Aragón Deporte" desde allí y, como siempre, fue sensible a la propuesta. La directora de la Radio Autonómica de Aragón asumió la producción del programa y ofreció todas las facilidades posibles para su puesta en antena, con las dificultades de todo tipo que eso conlleva. Pero con la seguridad que un medio de comunicación público debe acudir allí donde sea demandado por los oyentes.
El tiempo parece que se detiene cuando atraviesas las puertas de la prisión. Y aunque el sistema penitenciario español es superior al de otros países de nuestro entorno, notas un ambiente opresivo desde que llegas allí. Atravesamos las galerías, percibimos el olor a la comida que en esos momentos era consumida por los internos y notamos la disciplina que era necesario imponer para acceder a la sala donde íbamos a realizar la emisión. Pero experimentamos, por parte de los funcionarios, trabajadores y reclusos, un retorno de agradecimiento y amabilidad que valoramos en su justa medida.
La pasión por el deporte une a la gente más diferente y variopinta, de capacidad económica distinta, de sexo o religión contraria, en libertad o recluída tras los barrotes. Y la radio es el soporte, el vehículo que traslada las sensaciones, emociones y sentimientos a los oyentes. Por eso me apasiona tener el privilegio de trabajar en este oficio que descubro día a día.

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