Los años me han enseñado a ser prudente, comprensivo, dialogante y abierto a todas las opiniones aunque no las comparta. Pero la mayoría de las veces no veo el mismo partido que Lluis Carreras; admito que sabe mucho más que yo de fútbol porque fue jugador de Primera División y tiene los títulos de entrenador nacional y director deportivo, pero el fútbol es también estética y sensaciones. El partido me pareció muy poco brillante, sin liderazgo sobre el terreno de juego, con demasiados errores defensivos, sin capacidad creativa en el centro del campo y con demasiadas dudas en algunos futbolistas. Se ganó y punto, eso es incontestable, pero la Romareda llegó a impacientarse especialmente en el comienzo de la segunda parte.
Aunque el Bilbao Athletic tiene jugadores de calidad, con descaro y tocan bien el balón, no tiene cuajo para enfrentarse en una liga tan dura al resto de sus adversarios. Y eso lo dice claramente la clasificación: colistas y virtualmente descendidos con treinta y un puntos menos que el Real Zaragoza, los menos goleadores y los segundos más goleados. La regularidad de una liga es inapelable.
Estoy satisfecho por los puntos, ilusionado con el ascenso pero tengo muchas dudas sobre si el equipo aguantará físicamente estas últimas cinco finales y especialmente los partidos contra el Oviedo y el Nástic en la Romareda. Y tengo derecho a ello aunque se enfade el entrenador del Real Zaragoza porque no crea en su evangelio ni en cómo lo predica, valorando sus conocimientos y esperando el ascenso de categoría.
O sea que, tres puntos a la saca y a sumar otros tres en Los Pajaritos con más de dos mil seguidores blanquillos en las amables gradas sorianas.
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