Se han
disputado solamente cuatro jornadas de Liga y ya estamos atravesando la primera
crisis de la temporada. La Romareda pide la salida de Ranko Popovic del club
después de jugar su equipo un encuentro muy desafortunado en casa. La teoría de
hacer fuerte el estadio municipal se ha vuelto a romper hecha añicos y otra vez
el coliseo zaragozano parece una ubre maternal que amamanta a todo aquel que
rodee sus labios en ella. Ni se juega al fútbol, ni se defiende, ni se crea, ni
se ataca. El balón se entrega al adversario y se espera que la calidad de
Pedro, la velocidad de Jaime o el oportunismo de Ángel signifiquen el gol del
triunfo. O que de una jugada a balón parado alguien meta la cabeza con fortuna.
Pero eso no ocurre siempre porque solamente cuando se juega bien al fútbol, a
veces se gana.
Da la
impresión que no hay un esquema definido de juego ni una idea concreta de cómo
afrontar cada partido. Pero esto no es nuevo, porque ya ocurría con Victor
Muñoz, Paco Herrera o Manolo Jiménez, por poner los ejemplos más
recientes de un banquillo que parece maldito. Como pasara la temporada
anterior, parece que cualquiera de los adversarios tiene un sistema propio;
mejor o peor, con más acierto o menos, pero que todos los futbolistas saben lo
que tienen que hacer en cada momento.
Ya desde
el principio se le entregó el balón a los andaluces, que fueron tácticamente
mejores que los blanquillos sin ningún tipo de planteamiento coherente. Con
cuatro hombres atrás y un doble pivote defensivo, apenas se evitaban las incursiones
por las bandas y al contragolpe del Córdoba, que también eran superiores en los
balones colgados. Esto dificultaba la creación en el centro del campo y
dejaba únicamente a Rubén y Cabrera como pateadores sin que Ángel tuviera el
más mínimo contacto con el balón y que fueran solamente un adorno Pedro, Jaime
y Jorge Díaz. Un equipo vacío y sin salida de balón que se vino abajo con
el tanto de Pedro Ríos que pasado el primer cuarto de hora ya ponía por delante
a los andaluces.
En la
segunda parte la salida de Ortuño, Erik Morán y Abraham le dio algo de control
de balón y profundidad al Real Zaragoza, que no supo aprovechar sus ocasiones.
También es posible que el Córdoba se desentendiese del balón y buscase
llegar sin problemas con el triunfo al final del encuentro, pero la
impresión que daban los blanquillos es que podían estar jugando tres días y que jamás
obtendrían el premio del gol. Se terminó defendiendo el área propia,
agotados los jugadores y sin capacidad incluso de intentar ganar por la
heroica, como hace quince días.
Es muy
pronto para arrojar la toalla, para abandonar, para despedirse del ascenso.
Pero habrá que trabajar sin descanso y reconocer los errores, dejarse de
protagonismos y de actitudes personalistas. Poniendo exclusivamente como horizonte
el Real Zaragoza con mayúsculas y en el único objetivo para el que todos
estamos luchando, en la medida de nuestras posibilidades.
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