Las Fiestas del Pilar no suelen ser fechas propicias para ganar en la Romareda. Es algo que se repite con frecuencia, aunque últimamente tampoco conseguimos triunfos en el estadio municipal. Nos han ganado el Valladolid, el Málaga y el Getafe en este comienzo de temporada, algo que sonroja al león rampante de nuestro escudo. Quizás la derrota de ayer fuera la más sangrante por injusta; dos expulsados y un penalty en contra son demasiado para un equipo muy justo en el apartado físico y con sus mejores futbolistas lejos de su mejor momento de juego.
Dije que me parecía un error alinear a Romaric para dejar a Apoño fuera en beneficio de Aranda. El experimento duró ocho minutos, hasta que fue expulsado el jugador africano. Desde ese momento, lo que pretendía Jiménez al poner a dos delanteros arriba, tuvo que ser modificado por la inferioridad numérica. Y aunque se aguantó, el Getafe jugó cómodo y a la espera del cansancio de los blanquillos.
Muñiz estaba con ganas de marcha y se gustó en la Romareda. Hizo de su capa un sayo y se inventó un penalty pasado el primer cuarto de hora de la segunda parte. El cuerpo le pedía un escándalo y buscó a quíen echar a la calle, encontrando al final a Álvaro. Roberto casi para el penalty pero, con el 0-1 y dos menos, el partido estaba decidido. Fue el guardameta zaragocista el que se convirtió en el mejor jugador del equipo al detener hasta cinco claros balones de gol y evitar un marcador de escándalo. Eso sí, el coraje mostrado por los futbolistas blanquillos fue encomiable y estuvo cerca el empate en los últimos minutos de partido.
De todas formas, volvemos a estar abajo en la clasificación y con seis puntos en siete partidos, con quince días para darle vueltas a la cabeza a una situación que ya conocemos, un viaje a Granada donde nos esperarán con el recuerdo de la temporada pasada y un calendario que tiene pinta de dejarnos como colistas rezagados si se cumplen los peores pronósticos.
Fue un comienzo de Pilares muy amargo, que se fue complicando según avanzaba la tarde. Ya en el coche, puse la radio para escuchar el final del programa con las entrevistas del CAI Zaragoza y el pregón; se me cayó el alma a los pies cuando escuché el "canto a la libertad" de Labordeta en versión flamenca y extendida, interminable. Como puse en mi twitter, con el debido respeto al mestizaje musical y a la mezcla de culturas, me pareció inconveniente. No me gustó en absoluto y por los pitidos que escuché y la respuesta de mis seguidores en internet, creo que a la mayoría tampoco. Los experimentos, con gaseosa y las frivolidades, las menos posibles en los tiempos que corren. Menos mal que Teresa Perales, con su voz clara y firme pese a la emoción, nos devolvió a la alegría de ¿las fiestas?
Una vez en el centro, con el coche en un parking, lo primero que me encontré en los aseos del aparcamiento fue un peñista vomitando por suelos y paredes del retrete, sin acertar en el inodoro. Eran las nueve y veinte de la noche... A la salida, decenas de críos sentados en el suelo con botellas de licor, algunos con el sentido perdido mientras comían apoyados en las paredes de los edificios y dejaban todo perdido. Entrar en cualquier bar era imposible porque, entre la gente fuera fumando entorpeciendo el paso al establecimiento y los que estaban dentro, la misión era más que imposible. Conseguimos entrar en un garito donde el camarero parecía tenerme manía porque no había forma de que me atendiese. Cuando vio que empezaba a cabrearme me sirvió los dos pinchos de tortilla pedidos y, justo cuando iba a morder por fin el suculento manjar, un tipo gordo me empujó mientras eructaba ruidosamente, haciendo volar el pan, el palillo y la tortilla. Renuncié a darle un bocado al huevo relleno que me ofrecía y compartí con mi mujer el pincho que ella guardaba como un tesoro. Salimos pitando del lugar y noté que alguien, en el follón que había a la altura de la Diputación Provincial, quería meter la mano en el bolsillo interior de mi chaqueta. Intenté agarrarle pero se escapó entre la multitud sin conseguir el supuesto botín, pero elevando mi mala leche a niveles insospechados cuando solamente eran las diez y media de la noche.
Ya al final de San Vicente de Paúl, mientras una amable señora me preguntaba los motivos de la emisión tardía de "El Avispero" y si no se podía adelantar el programa, un imbécil hizo estallar un petardo de enormes proporciones en la misma acera. Además del susto, la explosión nos provocó el consiguiente zumbido y dolor de oídos que terminó por obligarnos a abandonar nuestro recorrido por la ciudad para "pasarlo de puta madre" entre la basura de las calles y las borracheras de gentes de todo tipo que buscan la excusa de la permisividad de las fiestas para dar rienda suelta a sus adicciones.
Total, que nos fuimos con paso firme y decidido al coche para regresar a casa en torno a las once y cuarto de la noche. Curioso, en todo el trayecto desde la Romareda al centro, nuestro generoso paseo a pie y el rereso a mi casa, en la maren izquierda del Ebro, no vi un solo policía local o nacional. A ninguno. Algo que extraña y preocupa por la aglomeración de personas que se produjo en el primer día de fiestas. ¿Dónde estaban?
Ya en la comodidad del hogar, preparamos unos suculentos manjares, abrí una buena botella de vino y cenamos como reyes con el sonido de Interpeñas como fondo. Eso sí, pensando en el cuerpo que algunos tendrían intoxicados por el alcohol, pasados de droga y sin dormir, acudiendo por la mañana a las vaquillas.
¡Joder, qué envidia!
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