Escribo estas líneas regresando de Cádiz. Un viaje largo, molesto por la lluvia, decepcionante por lo visto en el emblemático Ramón de Carra...

Caída libre

Escribo estas líneas regresando de Cádiz. Un viaje largo, molesto por la lluvia, decepcionante por lo visto en el emblemático Ramón de Carranza y que se convierte en penitencia por lo que se aventura pueda ocurrir en un futuro. Se puede ser mejor o peor, tener buena o mala suerte, pero nunca rendirse y abandonar cuando las cosas se tuercen. Y no es la primera vez que veo señales de resignación esta temporada, lo que me preocupa profundamente de este equipo. Sin alma, sin capacidad de reacción, entregándose a la fatalidad y asumiendo la derrota. Sin compromiso ni carácter, vencidos ante cualquier contratiempo y derrotados der antemano sin oponer resistencia.

Supongo que Raúl Agné seguirá buscando el estímulo en los suyos, pero parece imposible. La moral de la tropa se ha perdido y el ejército se muestra cobarde eludiendo el combate. Otra cosa es la confección de la plantilla, escasa y desequilibrada, con jugadores que no dan la talla técnica o con demasiados problemas físicos para una continuidad necesaria. El portero titular es el suplente que la temporada pasada jugaba en Tercera División, la defensa es un cachondeo, el centro del campo ni crea ni contiene, y los delanteros no marcan. El equipo se deshace por los costados y tropieza por su núcleo, desbaratándose la calidad y el talento en la pobreza global de una plantilla que, visto lo visto, no está capacitada para luchar por el ascenso. Y para mantenerse, habrá que esperar a conocer cómo se desenvuelven en las cloacas de la categoría para evitar la vergüenza y la amargura intolerables de partirse la cara con el puñado de rivales del fracaso para no descender a Sergunda B. Que sería la sentencia de muerte para el Real Zaragoza, precipitado entonces a una desaparición inevitable.
En caída libre, así está el conjunto aragonés que está arrancando la fe de los corazones de miles de zaragocistas que empiezan a asumir que estos últimos años pueden ser el prólogo a una marcha sin fin por el desierto, en busca de una tierra prometida que parece ya un espejismo.

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