No es fácil asimilar que antes de cumplirse el primer cuarto de la Liga el proyecto del Real Zaragoza se haya consumido en una hoguera que p...

A la expectativa

No es fácil asimilar que antes de cumplirse el primer cuarto de la Liga el proyecto del Real Zaragoza se haya consumido en una hoguera que parece inextinguible. No son solamente los números, que le condenan a un fracaso absoluto, sino también las sensaciones. Los aragoneses somos capaces de alcanzar las más heroicas gestas, pero también de derrumbarnos cuando las circunstancias nos superan y el destino nos devora. Tenemos derecho a ello. Es verdad que el fútbol no es importante y se trata de un simple entretenimiento, que la vida tiene otras miras y que no merece la pena venirse abajo por algo tan intrascendente. Pero no es menos cierto que se trata de una sensación colectiva que une, que significa estrechar lazos de esperanza e ilusión que nos ayudan a superar lo más complicado de nuestra existencia. Y que la gente tiene derecho a reír, llorar, sentir y compartir anhelos.
Es completamente injusto que la afición haya vuelto a recibir el bofetón de competir en inferioridad. Con una plantilla corta que hace todavía más limitada el entrenador y con falta de carácter en algunos de sus elementos. Siempre he dicho que el trabajo es muy importante con el talento, pero cuando éste falta, se hace imprescindible. Y sin esfuerzo, implicación, amor propio y personalidad, un equipo sin apenas capacidad de ejercer intangibles como la brillantez no puede llegar al éxito.
Es pronto para elevar a definitivas estas apreciaciones, pero no me planteo especular con el futuro sino examinar el presente. Y es insuficiente, vulgar o anodino. Pese a su formidable historia el club no está para actuar como si fuera el Barcelona, el Bayern de Múnich o el Manchester United. Los medios de comunicación apenas tenemos acceso al equipo, reduciendo a la mínima expresión el contacto con los jugadores y cuerpo técnico. Ocultos como sombras esquivas, es muy difícil hablar y enterarse de nada de lo que rodea a la plantilla. Y eso lo padece el aficionado, alejado de algo tan suyo que pierde su sentido cuando no tiene el apoyo de su hinchada por el alejamiento de sus futbolistas.
La frialdad de la Romareda después de la derrota contra el Elche debería abrir los ojos de los dirigentes del Real Zaragoza y que tomasen decisiones sobre su futuro. Es encomiable el esfuerzo por reducir la deuda y convertir en ejemplar administrativamente la entidad y tiene un mérito formidable. Si además se construyese un equipo competitivo con sangre en las venas y unos técnicos con entusiasmo, sería la leche. Pero es lo que hay y habrá que seguir animando la tristeza de quienes no son capaces de emerger del vacío y la zozobra. Por mi parte no quedará el apoyo y la mano tendida, siempre accesible a la ayuda y al consuelo, aunque en ocasiones sea inmerecido.
Y ahí estamos, a la expectativa de lo que pase en Valladolid y las decisiones que se tomen.

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