Es evidente que el espectáculo del balompié no es simplemente disfrutar de la belleza del juego. Consiste en ganar, en trasladar nuestras ...

Fútbol sin belleza

Es evidente que el espectáculo del balompié no es simplemente disfrutar de la belleza del juego. Consiste en ganar, en trasladar nuestras debilidades, tristezas y miedos, en un puñado de futbolistas que representan un escudo compartido por miles de personas. Trasladar la guerra diaria en pequeñas satisfacciones que podamos compartir con los demás. Porque la hermosura de un deporte que se atrinchera delante de su portería para evitar perder es algo que ni existe, ni existirá. Empatar para no perder es la negación del éxito en beneficio de compartir una mediocridad que, con suerte, nos dará el derecho de un ascenso que es más que una obligación para el Real Zaragoza.
El domingo, en Montilivi, vimos la otra cara de un equipo que anda muy justo de calidad, que no sabe a lo que juega y que encuentra en medio de otro grupo de equipos que juegan a lo mismo y que pretender estar cerca de la cabeza sin arriesgar. Por eso, el encuentro de hace unos meses en la capital gerundense que significaba el pase a la última eliminatoria de los play off, nada tuvo que ver con lo presenciado el sábado en Gerona. Allí era un partido a vida o muerte, donde no había nada que perder. Y la moneda cayó del lado del equipo que más arriesgó...
Era la tercera vez que volvíamos en un año natural al campo catalán. Allí vimos hace unos meses a Artur Mas, con su indeleble sonrisa dibujada en su rostro que parece tan postiza como una moneda de tres euros. Desde el mismo sorprendente lugar, en el tejado del estadio. Con vigas que hacen de separador, sin mesas para colocar los aparatos técnicos, sin luz cuando se hace de noche y las graciosas escaleras de mano que te dan acceso al "gallinero". Decena de metros de cable para enchufar a la linea de RDSI, la amabilidad de los compañeros de otras emisoras y de los propios empleados del club. El caso es que nada tiene que ver con los grandes estadios de Primera o incluso con algunos de Segunda. Porque el fútbol está roto también en instalaciones e interés. Cuatro mil personas para ver un partido y ya es un acontecimiento.
El fútbol es tan injusto como la sociedad porque forma parte de ella y un microcosmos formidable donde experimentar sensaciones, reacciones, emociones y frustraciones. Y debemos acostumbrarnos a la fealdad y aburrimiento de un juego que solamente se hace grande por la necesidad de compartir algo con los demás.
Bienvenidos a la realidad. Al fútbol sin belleza, como resulta casi siempre en la vida misma.

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