No hay batallas sencillas ni victorias sin esfuerzo. Y así debe ser porque la historia se escribe con las decisiones que se toman, con las e...

Con sufrimiento sabe mejor

No hay batallas sencillas ni victorias sin esfuerzo. Y así debe ser porque la historia se escribe con las decisiones que se toman, con las equivocaciones que se cometen y con los aciertos que nos ayudan a superar las crisis. Puede parecer que la fortuna sonrió al Real Zaragoza el sábado en la Romareda por cómo llegó la victoria. Es cierto que si resumimos el partido en que se ganó con un gol en propia puerta en el cuarto minuto de los cinco de ampliación, puede parecer que la suerte jugó un papel fundamental en un triunfo agónico. Pero el tiempo de prolongación era el correcto por los parones sufridos el último cuarto de hora de la segunda parte y el tanto fue buscado con insistencia por el equipo aragonés que no perdió la fe en ningún momento.

Era un partido "trampa" porque lo único que valía era ganar y el adversario estaba en posición de descenso además de ofrecer una escasísima renta favorable fuera del Carlos Belmonte. Pero la mayoría sabíamos que las dificultades eran muy grandes. La necesidad estimula a quienes tienen muy poco que perder, el vértigo de asomarse por primera vez en mucho tiempo a la zona de promoción puede provocar dudas y las bajas del equipo eran más importantes de lo esperado. Cabrera fue el tercero en caer y su ausencia se notó en el contexto general del partido, además del liderazgo que ejerce Culio y el enorme trabajo de Javi Ros en el centro del campo.
Los jugadores salieron destemplados al terreno de juego, algo desorientados por la agresividad del Albacete y sin timonel que les guiase. Era difícil jugar, hacía frío y en las gradas no se terminaba de ver una victoria que parecía no llegar nunca. Los cambios en la segunda parte tampoco daban la impresión de mejorar ni el juego ni las posibilidades de doblegar a los manchegos. Pero faltaba solamente que la fe, la convicción, la reacción de los blanquillos, llegase a través de la Romareda. Del ánimo y la confianza de un público que cada vez, a medida que el tiempo se agotaba, animaba con más fuerza y entusiasmo. Y aunque el tiempo se había cumplido, todos sabíamos que el gol iba a llegar. Y se produjo al volcarse todos en la idea de la victoria, con cánticos en las gradas, energía positiva que corría arriba y abajo emanada de una seguridad que se va convirtiendo en inquebrantable.
Todos rematamos junto a Sergio Gil, que no supo hasta después del partido que el tanto lo había marcado involuntariamente Pulido. Pero el balón entró impulsado por el ánimo de mucha gente, allí en el viejo estadio municipal, en las casas de quienes lo veían a través de la televisión y a aquellos que les contaba desde el micrófono que aferraba con tanta fuerza que casi lo quiebro, a los oyentes que me escuchaban desde los cinco continentes a través de internet. Fue un gol cantado de manera espontánea, deseada, esperada...
Disfruté como hacía tiempo. No era un tanto hermoso, ni que nos otorgase todavía el ascenso, o un título. Pero es el gol que abre la puerta al regreso a Primera División, que cada vez está más cerca. Casi al alcance de la mano. Con sufrimiento sabe mejor, es cierto, pero de vez en cuando estaría bien que se ganase con menos agobios.

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