Estaba indignado por la derrota del Real Zaragoza en el Reyno de Navarra, por la falta de actitud de los jugadores del Real Zaragoza, por ...

El fútbol, microcosmos de nuestra sociedad

Estaba indignado por la derrota del Real Zaragoza en el Reyno de Navarra, por la falta de actitud de los jugadores del Real Zaragoza, por su nula reacción tras el primer gol de Osasuna. El partido se acabó allí y lo peor de todo es que el club rojillo, sin más argumentos que los blanquillos, estuviera a punto de meterle media docena al equipo de Aguirre. Roberto salvó con tres excelentes intervenciones que fuéramos el hazmerreír de la Liga. Pero el enfado y el berrinche de semejante actuación en el antiguo Sadar fue superado por la noticia de la pedrada del autocar que conducía a la expedición aragonesa a casa. Es de cobardes, de anónimos insensatos, de personas que desean hacer daño. Habría que denunciar este hecho en el juzgado y exigir la detención de los culpables, que pudieron provocar un accidente. Todo quedará en nada, se pedirá desde la autoridad que se arroje tierra sobre el suceso y que se calmen los ánimos hasta la vuelta en la Romareda, que ya se habrán celebrado las elecciones.
Pese a la ofensa, que recuerda otros hechos también salvajes por circunstancias diferentes, no debe cegarnos. La respuesta del zaragocismo debe ser de protesta, pero nunca de insulto o revancha, porque convertiría a quienes se tomasen la justicia por su mano en seres de similares características. Debemos diferenciarnos y huir de provocaciones y de la violencia, que no conduce a ningún sitio. Calma y tranquilidad, porque el fútbol es un espectáculo para la diversión y no una excusa para exponer nuestros peores instintos en público.
El fútbol, en cualquier caso, representa el microcosmos de esta sociedad con unos políticos que no nos merecemos y una crisis a la que nadie parece ponerle fin. Lo peor es que, al final, van a cargarse los sueños de la gente, con el fútbol buscando oxígeno para seguir viviendo y la afición tan desilusionada que puede dejar escapar su adicción balompédica a otros amparos menos decepcionantes.
Cada vez nos hundimos más en un vértigo sin fondo que nos obliga a gritar desesperados y que nos aterra al escucharnos a nosotros mismos en el eco del vacío. Corren malos tiempos, que amenazan ser peores incluso, aunque ya nos vayamos acostumbrando a sobrevivir con la presión de la tragedia sobre nuestras cabezas. Y esto nos convierte en seres cada vez menos humanos y con más puntos en común con las bestias.

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