El equipo demuestra irregularidad, falta de concentración, una actitud moral muy débil y fragilidad en todas las demarcaciones. Sin liderazgo, capacidad de reacción y confianza. Le falla el aspecto físico, el técnico, el táctico y el emocional. Sale derrotado al terreno de juego y su única opción es cansar al rival hasta los últimos minutos del partido y esperar a acertar en las escasas ocasiones de gol que genera. Y así es una lotería, lo que significa que es muy difícil que te toque, incluso la "postura".
Mi capacidad de sorpresa está superada ampliamente, del mismo modo que la ilusión y la esperanza, arrancadas de mi corazón por todas las confluencias deportivas, profesionales y personales. Pero entiendo que la afición esté decepcionada, cansada y harta. Es natural y comprensible. Creo que el equipo directivo no tiene que pensar como Raúl Agné que los seguidores blanquillos y los medios de comunicación estemos intoxicando al Real Zaragoza. Y que no debe de cerrarse en su cúpula de cristal pensando en que el club y sus trabajadores hacen todo bien y que son los árbitros, la mala suerte y los periodistas nos hemos confabulado para reventar el proyecto.
Ahora el sentido común indica que el trabajo debe ir en la dirección de recuperar a la plantilla, reducir la presión para que no se vengan abajo indicando que el objetivo es la permanencia, y preparar una plantilla de verdad seria y competitiva para intentar el ascenso en 2018. Sin dejar pasar las escasísimas posibilidades de llegar a los play off y de luchar como perros por el ascenso sin se pudiera.
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