Pasan las horas y cada vez son peores los momentos que llegan, casi a cámara lenta, después del vergonzoso espectáculo de Palamós. Jamás me había tocado transmitir una agonía similar y una decepción tan profunda con tantas expectativas puestas en el ascenso. La actitud de los jugadores, plana desde el comienzo del partido, sin capacidad de reacción y con un final tan indigno como humillante, refleja la realidad de un equipo sin alma. Pero insisto, si agónico fue transmitirlo mientras sucedía, el tiempo agrava mucho más las sensaciones y las expectativas.
Termina una ilusión y comienza un nuevo calvario. Otro más. Superado el nivel de sufrimiento de miles de personas que ya no saben qué va a ocurrir. Y parece injusto completamente para una afición que se ha desplazado en todos los encuentros lejos de la Romareda y que ha mantenido la tensión hasta el final. Era patético observar a los jugadores a veinte metros de la grada ocupada por los blanquillos, flanqueados por su entrenador, sin acercarse y con signos equívocos de fracaso, el que ellos mismos se han ganado con su falta de intensidad, implicación y carácter.
El hundimiento ha sido completo y colosal, sin ningún tipo de excusas ni paliativos. Un desastre absoluto. Cuyas secuelas van a ser gravísimas en el plano económico porque el Real Zaragoza pasará a la cola de posibilidades presupuestarias con una cantidad muy inferior a una docena de clubes: los que acaban de bajar y los que se van a rearmar para conseguir el ascenso y que se hayan quedado a las puertas. Sin olvidar lo que se debe de pagar por futbolistas que no van a seguir, el regreso de los cedidos y el montón de jugadores que tienen contrato en vigor.
Y a todo esto, los cinco millones que se deben de pagar ineludiblemente a Hacienda y a los acreedores. En estos momentos el escenario es terrible y augura una temporada muy complicada y donde no se ostentará la candidatura al ascenso.
Pero, una vez explicado cómo se encuentra el club y su entorno más cercano, el zaragocismo y lo que representa, consiste en luchar. Sumar entre todos, cada uno en la medida de sus posibilidades. Aprender de los errores e insistir de manera contumaz. El premio es formidable y cuanto más cueste, más celebrado. No me cabe en la cabeza que a estas alturas vayamos a rendirnos, a dejarnos morir sin luchar. No sería propio de nuestra forma de ser y pensar. O sea que, manos a la obra y a empezar a trabajar, que hay faena.
Pasan las horas y cada vez son peores los momentos que llegan, casi a cámara lenta, después del vergonzoso espectáculo de Palamós. Jamás me ...
Hundimiento

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