Recordaba el gol de Roger y su escaso valor, pero cantado con la misma emoción de siempre, porque trasladar a los oyentes la alegría de un tanto a favor supone casi lo mismo que conseguirlo, por lo menos para mi. Y buscaba en mi mente el primer tanto que viví en el coliseo zaragocista mediados los años sesenta, un penalty que transformó Eleuterio Santos contra el Córdoba. Después hubo muchos más partidos, muchos más goles, muchos más triunfos, hasta ahora.
Soledad y rabia. Esos eran mis sentimientos porque el cansancio de contar derrotar, de ser portador de malas noticias, te lleva a endurecer tu corazón y a permitir que el disgusto pase de largo sin cebarse en tu mitigado dolor. Pero llega un momento que es imposible y que surge el lamento, el grito sordo sin nadie a tu lado, preguntándote por qué nos está ocurriendo esto. Qué venganza se adhiere a nuestro futuro para condenarlo de esta manera. O si es solamente una prueba de resistencia y todo terminará en breve.
Despedir la liga en tu estadio con un pobre empate que significa haber perdido 35 puntos en tu campo es tan triste como real. Y las nubes que se abrían después de la tormenta, extinguidos los truenos que parecían venir del infierno, nos daban a entender que después de la tempestad llega la calma. Aunque la sensación sea de una tregua en el huracán que puede borrar del mapa a un Real Zaragoza sin alma.
0 comentarios: