Llevo mucho tiempo sin asomarme a los lectores a través de mi blog. Son tantas las cosas que tengo que hacer, algunas urgentes pero quizá...

Este cuento se acabó

Llevo mucho tiempo sin asomarme a los lectores a través de mi blog. Son tantas las cosas que tengo que hacer, algunas urgentes pero quizás no importantes, que he dejado pasar el tiempo sin reflexionar en voz alta. En estos momentos regreso en el AVE que me lleva de Sevilla a Zaragoza junto a la expedición zaragocista. Caras largas,   mirada perdida y el cambio de vagón de algunos futbolistas que viajaban en el mismo. No se lo reprocho, porque debe ser incómodo estar al lado de los periodistas que contamos, con más o menos acierto, lo que está ocurriendo dentro y fuera de los campos de fútbol. Luego me entero que, además, se cambian constantemente de ubicación porque no tienen asignado un asiento fijo. Supongo que será más barato...
El partido de anoche en el Benito Villamarín estaba perdido de antemano. La derrota frente al Athletic en la Romareda había apuñalado al equipo que se veía y a en Segunda División. Y sobre el terreno de juego, en un festival verdiblanco ante unas gradas llenas, el Real Zaragoza mostró sus carencias y se desnudó ante el mundo. La goleada pudo ser de escándalo después de encajar el 1-0 a los 13 segundos, en el gol más rápido de la temporada en Primera División. Pero con el 2-0 en el minuto 16 se cerró la tumba de un grupo de jugadores muerto sin que su entrenador hiciera nada por cambiar el futuro del partido. Se rindió, como la casi totalidad de sus hombres, que solamente deseaban que terminase el partido.
Ya no hay caretas donde ocultar el rostro, ni carros, ni barcos. Ni "cojones", como se le llenaba la boca al entrenador cuando disparaba contra los medios de comunicación. Si consigues doce puntos en toda la segunda vuelta, si ganas dos partidos de los últimos veinte, no tienes derecho a quejarte de la prensa, de la mala suerte, de los arbitrajes, de las lesiones, de la escasa experiencia de algunos de tus futbolistas o de lo justito de tu "fondo de armario".
La plantilla la ha diseñado el entrenador y si no ha podido fichar lo que deseaba, que lo hubiera dicho o que le hubiera pedido explicaciones al máximo accionista, del que se convirtió al final en una prolongación de sus caprichos.
Ponto se marchará el presidente, que cumple el año de contrato en junio y cuyo paso ha sido breve y sin más alivio para la entidad que un espejismo sobre el supuesto cambio. Ni ha organizado, ni ha dirigido, ni ha tomado decisiones. Molinos ha sido un paraguas muy frágil para Agapito que solamente funcionó hasta diciembre. Luego, en el caos posterior de resultados, propuestas y decisiones, ha sido una marioneta más en manos de Agapito.
¿Y ahora, qué? El sábado va a ser muy duro porque las opciones de permanencia son simbólicas y el Real Zaragoza depende de resultados casi imposibles, incluso el propio triunfo en la Romareda. Supongo que la afición estallará y que se producirán indeseados episodios al final del partido donde grupos de radicales ofrecerán su peor versión en las calles y plazas aledañas al estadio municipal.
No lo sé, estoy muy triste y cansado. Sin ganas de nada, con muy pocas expectativas de cara al futuro. Y con la convicción que, si al final se consuma el descenso, Agapito se aferre a su negocio pensando en seguir viviendo del fútbol. O lo que es peor, lo venda a quien sea de su cuerda y siga manipulando a su voluntad los designios del club.

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Hace más de dos semanas que no he tenido la posibilidad de ponerme delante del teclado para expresar mis sentimientos sobre lo que ocu...

El fútbol español se viene abajo

Hace más de dos semanas que no he tenido la posibilidad de ponerme delante del teclado para expresar mis sentimientos sobre lo que ocurrió en Balaídos, el agónico triunfo ante el Mallorca y el futuro que nos espera a corto plazo. Y lo cierto es que he opinado en la radio,en la televisión y a través de otras publicaciones con profusión y frecuencia, pero siempre obligado por mi trabajo. Ahora, en una tarde festiva y tras la derrota del Barcelona en el Nou Camp (partido que no he visto, como tampoco el del Bernabéu), aprovecho unos minutos de asueto para manifestar mi preocupación por lo que está pasando balompédicamente hablando.
Me molestó mucho, me indignó incluso, que el Real Zaragoza se rindiese en el campo del Celta. Que no ofreciera la necesaria combatividad en un encuentro dramático y que cayese al último puesto de la tabla clasificatoria. Creí que todo había terminado y que nos íbamos a instalar definitivamente en el farolillo rojo abandonados a nuestra suerte. Canté los tres goles del pasado sábado con la energía y la ilusión que hacía tiempo no sentía, especialmente el tercero, en un ambiente zaragocista de lujo, animado en el envoltorio de unas gradas que empaparon a los jugadores blanquillos de un complemento fundamental para mear sangre ante uno de los peores clubes de esta liga.
Y esta noche, mientras cenaba en casa (algo inusual desde hace más de dos años), he sentido lástima por el abismo hacia el que se precipita el fútbol español. Alemania le ha dado una señora lección al Real Madrid, al FC Barcelona y a la Liga de Fútbol Profesional. Ese grupo de presidentes de clubes que deben más de 3.500 millones, que tiene a 22 SAD en proceso concursal y que le ha vendido su alma al diablo. El tan alabado destino de la mayor parte de los derechos televisivos al monstruo mediático de dos cabezas ha empobrecido nuestra competición y ha hecho que pierdan competitividad Madrid y Barça. Se aburren de ganar Ligas y Copas, de poder comprar lo que quieran, de ser los grandes favorecidos en los medios nacionales que basan su programación, transmisiones, páginas y webs en una guerra entre aficiones y simpatizantes.
Pronto se darán cuenta los operadores televisivos que la gente se cansa de consumir siempre lo mismo, los derbys, los partidos de año, las expectativas insatisfechas de ganar la Champions. Y que las aficiones del resto van menguando porque el espectáculo que se ofrece, excepto contadas excepciones, no son nada gratificantes. Que el precio de las entradas disuade a la gente de acudir a los estadios y que éstos se van a quedar como auténticos mausoleos. Edificios sin utilidad y sin vida, sucios, vetustos, donde en el mejor de los casos, se refugian en algunos recintos gente violenta y que se escuda en el fútbol para alimentar su fundamentalismo.
El balompié español se viene abajo. Y con él, también el Real Zaragoza. Desposeído de su señorío, secuestrada su historia, condenada su afición a sentir como éxito las sospechosas permanencias o los épicos finales de temporada, como en Valencia o Getafe. Esto ni me convence ni me gusta, me cansa y me agota. Porque, y esto es lo peor, no parece que vaya a tener fin a corto plazo.

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